-Revista Cinemanía-
Nostalgia de riesgo, promoción ‘e quando arrivo a casa: Capuccino’.
No son sólo nuestras primas de riesgo. También la
nostalgia, desatada, nos une. Un paso más allá de nuestra castiza Promoción
fantasma, o más bien un nicho más abajo en el sudario en que se han
convertido las comedias generacionales, aparece este grupetto de
treintañeros largos, casi cuarentones, en apuros transalpinos. La culpa de su
súbita reunión al calor de los recuerdos y de algunas baladas baratas es del
Ministerio de Educación italiano, que les obliga a volver a presentarse al
examen de graduación del instituto, y les fuerza así (en una metáfora
involuntaria de los tiempos que corren) a la formación de un Gran Hermano
sentimentalón travestido de grupo de estudio. Sobre ese pupitre se van
depositando lánguidamente, revestidos de esa naturalidad artificiosa de la
publicidad en anuncios de pasta, pizza y capuccino, los problemas más
tópicos de un grupo de personajes unidos por el pasado. Hay un trauma común,
claro, pero también un repaso rutinario a las tribulaciones laborales, sexuales
y familiares de los nacidos en los 70. Sólo preocupado por el ritmo al que se
suceden sus cuitas, el filme, de una vacuidad perfectamente estudiada,
prefiere explotar el lado sexy (pero soft, muy soft, no
hay grandes alegrías por ese lado) de algunas beldades, antes que el frente
cachondo cuyas maneras sólo apuntan algunos de estos comediantes
all’italiana. Alicatados por los momentos Magnolia, esas
secuencias corales con música de fondo que rellenan el montaje de muchas
teleseries, los componentes de esta promoción momificada quieren
abarcar incluso a la adolescente generación whatsapp, en su postrero y
estéril intento por resucitar.
CARLOS MARAÑÓN
-Revista Fotogramas-
Por Fausto Fernández
Casi cuarenta años atrás, los cuarentones del cine, preferentemente italiano,
se enfrentaban a su crisis de edad e inmadurez siendo unos cabrones diletantes.
El mejor ejemplo fue Habitación para cuatro, obra póstuma de Pietro Germi
(finalizada por Mario Monicelli, autor asimismo de la secuela), un patio de
colegio donde sus protagonistas buscaban congelar al Jaimito que llevaban dentro
a base de bromazos bordes. De los amigotes del film de Germi a los amiguetes del
de Paolo Genovese hay un trecho muy largo que ha domesticado bastante la carga
malintencionada y nihilista. Tal vez sean malos tiempos para la lírica salvaje,
pero aún así no es cuestión tampoco de restarle méritos a Inmaduros, una
buena comedia que sabe hallar el equilibrio entre el chiste transalpino y el
estudio de personajes alpino. O sea: entre el gag vodevilesco y latino, y la
nostálgica mirada pequeñoburguesa del cine francés. Nostalgia es lo que
pulsa con acierto Inmaduros, más allá de un Regreso a la escuela o una vuelta al
campamento de verano. Nostalgia por los años escolares, la amistad y el todo
tiempo pasado fue mejor… o casi, y bien resuelta en el apartado cómico,
dignamente hija (o nieta) de la producción más popular mediterránea.
Amablemente crítica con los tiempos modernos (adicciones al sexo, intemperies
económicas, irresponsabilidades de pareja…), le resta importancia a las pequeñas
mentiras porque, en el fondo, idealiza la juventud perdida. ¿Y quién
no?