(Estrenada en España el 26 de Abril)
Si Daniele Luchetti fuera Krzsyztof Kieslowski le podría haber salido un
dilema moral presto para añadir como epílogo a aquel maravilloso Decálogo,
compuesto a finales de los años ochenta. Pero ni Luchetti es polaco ni,
por supuesto, le interesan los debates éticos tanto como al autor de la
trilogía Tres colores. Italia es otra cosa. Allí, el que no corre, vuela. Y no les pidas cuentas morales. Eso al menos es lo que se desvela tras ver La nostra vita,
interesante propuesta social de Daniele Luchetti con irregular
desarrollo, alrededor de la crisis económica y centrada en un capataz de
la construcción al que un accidente laboral y una tragedia personal le
abren una nueva existencia. Un punto de partida ideal para un debate
moral a la manera de Kieslowski. Pero no.
La búsqueda de la (ultra)productividad en la construcción, también
llamada destajo, aun a costa de la seguridad; los manejos corruptos en
los ayuntamientos; la lacra de las subcontratas. Temas del aquí y el
ahora. Puro interés. Como también el de la parentela como principal
sostén a la hora del vía crucis (“los tacones son como la familia;
incómodos, pero ayudan”). Un retrato de la casta, en las comidas, en las
peleas y en los abrazos, en los juegos con los niños, donde Luchetti
precisamente parece más a gusto. Al menos mucho más que a la hora del
drama, donde se revela costumbrista, lacrimógeno y ramplón, casi
hortera, sobre todo en la secuencia del entierro.
Premio al mejor actor en Cannes (¡de 2010!) para Elio Germano, La nostra vita
nos muestra una Italia desesperada donde domina el arte del chanchullo y
la cultura de la ostentación. Y donde el debate moral no parece caber;
ni en sus criaturas ni en el propio director.